Amén de habitaciones confortables, limpieza y buen servicio, la buena o mala comida definen mucho de la estadía en un hotel, sobre todo si este tiene implantado el sistema todo incluido. Por muy bien que alguien la estuviese pasando, la comida escasa y mal elaborada provoca lógicamente mal humor y descontento en los huéspedes. Mi estadía en el tugurio arriba nombrado, en la marina Hemingway ha sido la peor experiencia gastronómica que me ha tocado vivir, la lástima que engendra la miseria ni siquiera me permitió irritarme en serio.
Llevo no menos de una semana postergando este escrito, a lo mejor se me olvidaba alguna barbaridad y corría menos riesgo de que me tachasen de exagerado. Ahora que estoy convencido que hasta el fin de mis días es difícil que me hospede en un lugar tan ajeno a la buena mesa como este. me decido a contar mis tribulaciones.
La mesa Bufet, incómoda, mal montada y aún peor decorada rivalizaba en desayuno, almuerzo y comida por la ingesta más desagradable. En el desayuno campean por su respeto el yogur ácido y la leche aguada, la bollería apenas contaba con pésimos pasteles de guayaba y el revoltillo se conservaba frío. Esperé inútilmente al regreso al salón de una bandeja de jamón por espacio de doce minutos contados por el reloj, el queso que yacía al lado, de lo peor de producción nacional, nadaba en líquido que evidenciaba su descongelación con la consecuente pérdida de textura, y las salchichas cercanas habían sido cortadas para mezclarlas con los frijoles ácidos sobrantes de la comida del día anterior.
Almuerzo y comida sencillamente hubiesen infartado a un monje, quizás la mayor trapacería sea el supuesto asado de cerdo, que a las claras se notaba que había entrado congelado al horno y lo habían cocido al vapor, el resultado una carne sosa, de color blancuzco y sabor inexistente acompañada de un mojo avinagrado y bien escaso en cebolla. El guiso de conejo estaba duro, y siguiendo la costumbre de la casa, bien desabrido y correoso. El puré de papas, instantáneo por supuesto, carecía de mantequilla. La sopa evidenciaba contar con algún hueso y un poco de macedonia de verduras de lata, la misma que extendía un fatal aporreado de pollo.
Todo lo que aquí escribo es lo que yo descubrí atreviéndome a probar aquello, que nadie imagine que había displays en los expositores para que los incautos comensales supieran que platos parodiaban en la cocina. La higiene ni hablar, fui testigo de mala manipulación de cubiertos y servilletas (de papel por supuesto)por parte del personal de servicio, ni hablar del personal de cocina, sin guantes y rascándose en pleno horario de servicio a salón lleno.
En la snack-bar de la piscina apenas contabas para merendar con bocaditos de jamón y de atún con sardinas, zumo de naranja y sodas bien aguadas. Dicho sea de paso, los amantes de la cerveza solo podían disfrutarla en dicha área, ni restaurante, ni lobby-bar ni discoteca contaban con cerveza, solo unos pocos cocteles elaborados con lo peor de los espirituosos de producción nacional.
¿Alguien se pregunta las causas de tanto desastre? El inmovilismo y los esquemas de dirección obsoletos que imperan en las instalaciones turísticas de nuestro país, sumado al personal mal remunerado y peor adiestrado ofrecen un producto muy por debajo de la competencia en el Caribe. El Hotel Club Acuario es hoy, de los peores exponentes en la hostelería que alguien pueda imaginar. Quizás el tiro de gracia a nuestros hoteles capitalinos sea el éxodo de los profesionales capaces a sitios de capital privado, si ésta tendencia se mantiene creo que se avecinan tiempos duros para comer en hoteles de la Habana. Ojalá me equivoque.